La violencia contra los cristianos en Nigeria vuelve a cobrar víctimas. En un nuevo y devastador ataque, al menos 11 creyentes fueron asesinados por extremistas armados en la aldea de Runji, en el estado de Kaduna, al norte del país. El ataque, ocurrido durante la madrugada, dejó además varias casas quemadas y familias desplazadas, mientras el mundo observa con creciente alarma el avance de la persecución religiosa en la región.

Testigos relataron que los atacantes, identificados como parte de un grupo extremista vinculado a milicias fulani, irrumpieron en la comunidad mientras sus habitantes dormían. Dispararon indiscriminadamente y prendieron fuego a viviendas, provocando el caos entre niños, mujeres y ancianos que intentaban huir.

“Fue una masacre. Gritaban consignas mientras atacaban. Solo querían matar cristianos”, dijo un sobreviviente que pidió no revelar su identidad por temor a represalias. La mayoría de las víctimas eran miembros de iglesias evangélicas locales.

Las autoridades locales confirmaron el número de muertos y aseguraron estar investigando los hechos. Sin embargo, líderes comunitarios y organizaciones cristianas han denunciado la falta de respuesta efectiva por parte del gobierno, que sigue sin brindar protección adecuada a las comunidades atacadas con frecuencia.

Nigeria se ha convertido en uno de los países más peligrosos del mundo para los cristianos. Según el más reciente informe de Open Doors, más de 5,000 cristianos fueron asesinados por su fe en el país solo en el último año, una cifra que representa casi el 90% de todos los casos registrados a nivel mundial.

"Estos ataques no son aislados, son parte de una estrategia sistemática para erradicar el cristianismo del norte de Nigeria", denunció un portavoz de la Asociación Cristiana de Nigeria (CAN).

La comunidad internacional ha sido fuertemente criticada por su silencio ante estas masacres continuas. Líderes cristianos en todo el mundo están pidiendo oración urgente y acción diplomática para frenar la ola de violencia.

Mientras tanto, las familias de las víctimas se enfrentan al dolor de la pérdida y al miedo constante. “Nos quieren borrar, pero no dejaremos de creer”, dijo uno de los pastores locales entre lágrimas.